domingo, 5 de octubre de 2014

HORMIGAS y OLAS


Se acabó el verano sin encontrar el momento, porque el tiempo inestable convirtió agosto en un cálido otoño. Así que con el otoño oficial del calendario, encontramos el hueco para la escapada. Dos días de costa en las playas de granito del oeste, donde Duero y Tormes tajan la roca de la frontera occidental de la meseta.

Necesitamos escapar del retorno a la rutina, de los atardeceres tempranos, las primeras noches frías y los desayunos con la ciudad a oscuras. Queremos luz, añoramos la luz sayaguesa sobre cortinos y berrocales, con viento del oeste agitando rodales de melojo hasta el cañón del río.

Llegamos casi al mediodía y los buitres aún iniciaban planeo buscando el carril de la térmica. El día está perezoso y aun no levanta el calor. Sobre el espejo del agua flota la calma bajo un aire pesado de calima.

   

Las tormentas han renacido el verde y las churras abrigan el pasto con su rebaño de lana. La calma es total bajo el agua. Algunas carpas boquean en el centro del pantano, pero las orillas están vacías. Sólo alguna joroba de escamas que mordisquea el fondo con desgana y algún barbo vencido por la pereza que no atienden a la mosca.

Caminamos casi dos horas de orilla, lanzamos a pez visto pero sólo encontramos peces huidizos o indiferentes. Va a ser un día difícil.

Sin embargo, a mediodía el aire cambia, el revuelto de borrasca previsto para mañana se adelanta. El cielo se cubre de barrigas negras y el choque de truenos recruje el horizonte. Raquel se queja de que algún bicho ha traspasado su camiseta y al buscarlo encontramos diminutas hormigas de ala de pocos milímetros. El agua sigue siendo un espejo, pero totalmente diferente. Se ha cubierto de miles de diminutas hormigas casi imperceptibles. La orilla se llena de carpas que boquean en grupo pastando los insectos que flotan a cientos.


Cambio de mosca, lo más pequeño que tengo es un modelo de hormiga en un 16. Tiene el ojal muy estrecho para este bajo del 25, así que una vuelta sencilla tendrá que valer.

La estrategia también cambia, ahora lanzo a pez visto sobre la trayectoria de las carpas que han entrado en frenesí. No pierden detalle, miran, se giran y comen cualquier bultito negro sobre el agua, pronto empiezan a caer.


Pelotones de carpas nadan lentas con la boca en alto. Entre ellas se cuela algún barbo nervioso que sólo necesita una presentación sobre su trayectoria para subir a la mosca. El arranque es fulminante, metros de línea saliendo a borbotones que te obligan a correr por la orilla para evitar que se enroquen y partan.


 

  



Raquel pelea bien las carpas, desde la orilla comenta y anima la jugada como un aficionado en una final importante. Dice que le gustan sus ojillos caídos y esos morritos de pin-up con vocación de cantante foxtrot, aunque confiesa que lo más disfruta es la suelta, el coletazo de vida que las devuelve al pantano.



 


 

La tormenta nos echa justo antes de empaparnos y deja una tarde de lluvia tristona. Tras los muros de granito del hotel, con el tiempo detenido por la siesta, aún perdura el olor a pescado entre las uñas. La noche se acompaña de los primeros boletus de temporada, una carne al punto y un tinto criado en los bancales del río.

 

El día siguiente amanece fresco, con esa niebla densa que se pega a los tejados. Volvemos sin prisa a la orilla, parece que hay más movimiento, aunque los barbos siguen muy sensibles a las sombras.

Poco a poco, la mañana se agita en altura y desembarca un nuevo frente. El agua rompe contra las orillas en un improvisado mar interior y la fiesta se traslada a la playa.

Los peces ya no boquean, ahora surfean sobre las olas cuidando de no quedar varados. El día revuelto bate la orilla y las olas despegan bocados de la arena. Carpas y barbos salen de caza, atravesando las espumas de la línea de playa, deteniéndose, girando y atacando cualquier pedazo con forma de insecto. Peces agresivos y atentos a cualquier cosa que flote, es el momento de sacar la munición pesada y cambiar de técnica.



  

Me agacho tras el remolino de olas para no ser visto, levanto la caña y lanzo sobre la espuma una chernobil extralarga. Estoy tan cerca que la mosca cae a bocajarro. Los peces, miopes, necesitan su tiempo, fallando una y otra vez. Con la boca abierta, las carpas nadan hacia la mosca como un dragaminas, pero los barbos atacan desde abajo, como un tiburón que rompe la superficie. Unas y otros ponen a prueba el bajo, son lances muy cortos y cuando notan el engaño sacuden con fuerza y parten con facilidad.


La tarde se prorroga entre cachetes y carreras. No queremos irnos, pero se hace tarde y toca volver a casa. Ayer llegamos a un pantano en calma, dormido y recalentado, hoy dejamos una costa de marejada con aire frío y peces activos. Dos días de pesca con ambientes, peces y moscas distintas. Dos días intensos tras los peces de la frontera.