domingo, 23 de junio de 2013

AMULETOS DORADOS

Demasiado frío y caudales altos han retrasado dos semanas la visita. Las dánicas llegan tarde este año. El retraso me ha servido para montar a tiempo algunos montajes nuevos.
Los subimagos de dánica son moscas grandes, muy grandes en el caso de los machos y en los primeros años pecaba de tímido con el tamaño de los montajes. Llegado al río el contraste con el original era sorprendente, me había quedado corto. Un doce, un diez o incluso un ocho, son las tallas adecuadas para los modelos amarillo limón de los subimagos. Cuesta acostumbrarse a mirar estos modelos tan grandes con fe, pero es lo que funciona, quieren chicha.
 
Desde Navarra, Valladolid y León viajamos para encontrarnos en el río a media mañana. En el puente ya se veían truchas comiendo pequeños dípteros, aunque sin noticias de las dánicas. Pescando al agua pasó el mediodía y sobre la una de la tarde surgieron las primeras efémeras. Era el momento de sacar la munición amarilla. Como siempre, las comparaciones son odiosas y mis imitaciones parecen infantiles al lado de la delicadeza y pulcritud de Paco.
 
 
Un poco alto y tomado por las tormentas, el río aun estaba frío. Los modelos de foam y cuerpo extendido triunfaron el año pasado. Fue el año del "pajaroto" un bicho amarillo de excelente flotabilidad y muy poco agraciado, pero que comen con ansia.
Este año he querido afinar un poco más usando ciervo teñido para aligerar más el modelo. El resultado me gusta, moscas ligeras e insumergibles, buenos modelos para los subimagos.
 
 
 
En un río pequeño, tres pescadores son multitud, así que nos separamos. La meseta traza ríos muy largos y hay kilómetros de sobra para todos.
 
 
La caña de bambú nacida en su taller, un modelo retro de Hardy para el carrete y una seda antigua bien engrasada. Este es el equipo de Paco para hoy. Todo un look Vintage que prepara con devoción, sacrificando posturas por lanzar con un equipo de aire viejo.
¿Paco, por qué  una caña de bambú aquí? "No es cuestión de truchas, es cuestión de "excelencia", me responde.
Joaquín y yo seguimos también nuestras costumbres. En mi caso, con siete pies y número bajo de línea.
 
 
 
Avanza la tarde y vuelvo a ver truchas atrapando moscas en el aire de un salto. Doy un paso atrás para no perder detalle, quiero grabarlo en mi memoria para alimentar mi imaginación en las madrugadas de montaje durante el invierno.
La comida está servida. Las cebadas rompen los parados dibujando grandes anillos de ensaimada.
 
Tras la oleada amarilla llegan los imagos, más delicados y con un amarillo más arenoso. Dibujan ochos en el aire endureciendo sus alas al calor del sol. Algunos ya están con la puesta y son toda una provocación sobre el agua.
 
 
Las truchas no perdonan y comen tragonas. El subimago aun las engaña y es que tienen el amarillo en la cabeza y si hace falta, se mueven de orilla a orilla para atraparlo.
 
 
 
Se agota el sol y volvemos caminando el enorme trecho que hemos recorrido. Este lugar solitario está hoy lleno de coches, bicicletas y remolques con sillas de camping. La romería al santo concentra a todo el pueblo en la ermita.
Calado el vadeador, caña en mano, saludamos a los vecinos vestidos de domingo. Su gesto mezcla la sorpresa y la compasión pensando que nos habremos perdido.
 
 
Como astronautas recién aterrizados volvemos a la base. Hemos dado un paseo espacial en otra dimensión del espacio-tiempo. Es hora de volver a casa y contar como Ulises todos los seres fantásticos que hemos conocido. Hadas amarillas sobre mares verdes, varitas mágicas de bambú y amuletos dorados que flotan sobre las aguas.
Ya estamos soñando con volver.
 
 
 

martes, 18 de junio de 2013

COMPAÑERA

Bromeo a menudo con mis amigos, diciendo que encontrar un buen compañero de pesca es tan dificil como encontrar una buena novia. Quizá sea porque los que nos acompañan en el río y en la vida comparten nuestro instinto más primario: SENTIR.
 
 
 
He compartido jornada con mi compañera, la de la vida. Dice que quiere conocer a la otra, esa amante que me saca de casa de abril a octubre y me mantiene inquieto el resto del año. Quiere pescar conmigo, buscando las sirenas que me reclaman y el escenario que me retiene siempre un ratito más.
 
Después de mi discurso teórico sobre los fundamentos del lance y su dificultad, su primer bucle vuela más que aceptable. Definitivamente el sentido del ritmo y la coordinación motora está impreso en el cromosoma X.
 
 
Las orillas inundadas dan al pantano un aspecto de lago centroafricano rodeado de sabana de encina y pastos de diente. Los barbos no están por subir, prefieren enredar entre las carpas que frezan en un frenesí de carreras que las sacan a la orilla.
 
Hay que ninfear dándoles la comida a la boca como a los bebés. Al fin clavo el primero y le cedo a ella la caña. Como si le diera un cable pelado, la eléctrica carrera del barbo agita su cuerpo. La miro dando instrucciones como una matrona... "suaaave, déjale correr...suave, suave...recoge!...firme y suave... recoge!"
 
 
Me gusta su cara de susto y su pundonor por ganar el combate. Ya vencido, lo exhibe radiante a la cámara. La retrato y siento una mitad de mí en esa foto, en las manos que abrazan, en esa emoción primeriza. Las chicas felices son las más bonitas, ya lo creo que sí.
 
 
 
Caminamos despacio porque se detiene en las reculas buscando peces. Al darme la vuelta la encuentro concentrada revisando el bajo. Todo es cotidiano y nuevo a la vez, porque ella, mi compañera de pesca, sigue siendo aquella que me comparte.

Gracias R.
 
 

sábado, 1 de junio de 2013

PERDIDOS EN LA MESETA

Hemos vuelto a la Meseta. A navegar los mares de cebada pasando revista a legiones de viñedo  en formación exacta. Cepas uniformadas con corteza vieja y brotes de verde nuevo nos saludan.
Hace unos días recibí la llamada que espero cada primavera. El informador transmitía un mensaje codificado: "Ya comen ignitas, vente". Una  caja de carnes como salvoconducto y el guía me recogió en el punto acordado.
 


Hace casi quince años un trabajo casual me dejó en mitad de la estepa obligado a vagar por su vacío durante dos años. Con un viejo Land Rover y una soledad desnuda recorrí sus páramos siguiendo la mirada ámbar de los lobos entre las avutardas. Me transformé en un vagabundo enamorado del pantone de verdes y ocres, los horizontes interminables, los barros temibles, los muros de niebla y el sol justiciero.
A pesar de conocer cada rincón, nunca sospeché que las truchas que añoraba en mi León natal también surcaban los mares de cereal de la meseta. Tuve que esperar diez años para tropezar por casualidad con otro lobo estepario, Joaquín Herrero, empeñado en descubrir paraísos de pesca en mitad de la nada.
 
 
Guiado por este guardián de secretos, ahora vuelvo a esos páramos de árboles náufragos y pueblos errantes, reclamado por sus truchas tan recias como el clima.
 
Estas tierras son fecundas en pan y vino, lo suficiente para andar el camino. Los ribazos del perdedero son pasto de las churras, esa tribu de cara pintada y pelliza de lana que asedia las tapias de barro de los pueblos.
 
 
 
 
El lobo estepario viste moscas en el invierno oscuro y sale de pesca en viento favorable cuando llega la luz de primavera. La cabeza de Joaquín encierra un mapa enorme con toda la meseta. Un mapa escrito en la memoria con los recuerdos de sus manos, acariciando las espigas verdes como aquel gladiador hispano.
 
 
Me explica que ha hecho recuento y que son más de cuarenta los ríos trucheros de meseta sólo en Castilla y León. Poblaciones de trucha escondida con densidades y tamaños en ocasiones muy superiores a cualquier cauce estrella de la orden anual de vedas.
He pescado aquí mil veces pero en mil puntos distintos, por eso Joaquín se ríe cuando vuelvo a equivocarme con el pueblo que se ve a lo lejos. El espacio es inabarcable y entrar en el agua es cambiar de dimensión, sumergido en un tunel verde con un fuerte tiro de agua que te rebasa el pecho y te enfría con rapidez.
 
 
Acaba el mes de mayo y las truchas comen ignitas a la par de paraleptoflevias, tabacos y carnes en el mismo día. Los anillos de ceba no cesan y cada lance tiene respuesta, aunque son tan rápidas que apenas puedo reaccionar. Con tantos kilómetros de río Joaquín puede hacer "barbechos" dejando descansar cada tramo varias semanas antes de repetir jornada. Se nota que las truchas de hoy hace mucho tiempo que no ven un pescador, quizá desde el año pasado.
 



 El día está fresco y añoramos el calor de otros años. Recordando el calor recordamos aquel día de pesca en este lugar mientras grabábamos un documental para Bicho Prods.
Mirando las fotos parece un recuerdo en blanco y negro, como esas fotos viejas que enmarcas para no olvidar ningún detalle.
 
 
 
Murphy se presenta cuando aparece una cámara y no fue un día de los buenos para este  río, pero da igual, compartir la pesca y conservar el recuerdo en imágenes es suficiente. Sobre todo si el buen hacer de Carlos está detrás.
La revista Dánica lo edita en su último número junto con el recuerdo de aquel río patagónico que le enamoró y del que tanto nos ha contado.
 
 
Con ríos trucheros a quince minutos de mi casa he gastado mi día libre en recorrer casi cuatrocientos kilómetros para pescar en la meseta y confieso que no sabría poner en un mapa el lugar exacto que he pescado.
Son tantos ríos y tan olvidados que prefiero no recordar el lugar, así seguiré creyendo que ha sido un sueño, que pescaba un oasis en mitad del desierto verde junto a un nativo llamado Joaquín... perdidos en la meseta.