martes, 19 de junio de 2012

LA SEMANA DE LOS MUCHACHOS

Antes de conocer al Primo Alf, conocía su fama de pescador capaz de hacer amigos en cualquier parte del mundo y casi en cualquier idioma. Con los años he tenido ocasión de viajar y pescar con él en rios cercanos y lugares remotos al otro lado del mundo.
Puedo asegurar que en el asiento de un avión, o en el huerto del pueblo más olvidado, Alfonso tiene el don de escuchar a la gente y que la gente le cuente sus cosas.



Con total naturalidad dispara preguntas directas, sin que su interlocutor se sienta incómodo, porque su enorme curiosidad le empuja a preguntarte por todo con cercanía, haciendo que compartas con él pensamientos que nadie ha escuchado antes.

Hace tres años, una llamada telefónica de Alfonso me preguntaba ¿te vienes a la semana de los muchachos? No tenía ni idea de lo que me hablaba, pero tratándose de Alfonso debía tener una historia jugosa detrás.
En aquella ocasión pescamos ríos de Lugo y los muchachos resultaron ser Eduardo, Carlitos y Alfonso. Esa semana era una tradición arraigada que ninguno de ellos se saltaba. Los tres habían compartido la etapa universitaria y los tres pescaban, pero con la diáspora laboral se hacía cada  vez más difícil coincidir en el río.
Hasta que un día decidieron reservarse una semana al año para pescar juntos. Sería La Semana de los Muchachos, una semana de verano con la pesca como escusa, para estar juntos y poner al día los diarios de abordo del último año.



El año pasado no pude acudir, pero fue un año importante. En 2011 la semana de los muchachos cumplía una década y la amistad de los muchachos veinticinco años. En 2012 la suerte me ha visitado, porque el escenario escogido para esta semana itinerante ha sido la cabrera leonesa.

Alfonso había conocido sus silenciosos pueblos de pizarra y como era de esperar, los vecinos le habían hecho hijo predilecto, agasajándole con patatas y otras viandas. El entorno se prestaba a alojar la semana en un lugar remoto y sorprendente.


Estos años se han sucedido trabajos, relaciones, mudanzas, idas y venidas, pero ninguno ha faltado a la cita con el rio y los amigos en la semana muchachil. Esta vez tan sólo podía acompañarles una jornada, pero el privilegio de escoger los ríos en un día de su semana era toda una reponsabilidad para mí. En menos de veinticuatro horas debía mostrarles la dura belleza de estas aguas, mineras, frías y de honestidad brutal.



He de confesar que este raro vicio que nos lleva a posar moscas en lugares solitarios, ha sido blanco de la machacona insistencia de mi entorno durante años. "Deja de ir al río y haz más vida social" me decían. Pero sin remedio, este vicio me ha alejado cada vez más tiempo del bullicio convencional.



Los secretos que he confesado y que me han confesado metido en un rio, son tan íntimos como inconfesables. El hechizo de las aguas tiene este efecto. No importa tu origen, trabajo, posición, situación o la vida que arrastres, el río extraerá tu esencia como una batea que separa las pepitas doradas del cieno gris. Y lo hará sin juzgarte.


Escogí dos rincones deliciosos para llenar la jornada. En esta época del año, los caudales de estos ríos dejan de rugir y aparecen las posturas a la sombra de los alisos. La vida bajo el bosque galería dejó a los muchachos sin palabras.


Las truchas se hicieron de rogar, así que renunciamos a la clásica foto con pez en las manos.
La foto de la semana es un posado sobre el cartel del pueblo en el que cualquier mosquero querría empadronarse: Truchas.


La semana de los muchachos ha concluido. Recogidos los bártulos volvemos a la rutina que nos come la vida. Todos llevamos en el bolsillo algunas pepitas que el río nos separó. En ellas brilla la esencia secreta de lo que importa y que sólo cada uno de nosotros conocemos.

El año que viene volveremos al río, seguirá siendo una semana y nosotros seguiremos siendo los muchachos que fuimos. Será de nuevo La Semana de los Muchachos.

viernes, 15 de junio de 2012

PESCANDO ENTRE LAS FLORES

Con el agua asegurada, los ranúnculos  florecen en cuanto empieza el calor. Sus grandes melenas verdes cubren el cauce y se llenan de flores.


Las truchas se arriman a su sombra mecidas por el vaivén de la corriente. Tienen refugio y comida, todo lo que cualquiera que respire precisa para prosperar. Un buen rincón a la sombra del tejado de ocas y a esperar que llegue el almuerzo.



Pequeñas moscas en negro, suficientemente ambiguas para parecerse a un díptero o un pequeño escarabajo, lanzadas al borde del alero y las truchas salen del burladero para tomar su bocado.


Presentar el engaño requiere precisión y una deriva natural que recorra los estrechos carriles. Pero el día se ha levantado revuelto y azotado por un fuerte vendaval. El lanzado se complica y se vuelve caótico por culpa del aire.


Unas ondas delicadas delatan una trucha en apenas un palmo de agua. El aire para un instante y encuentro el hueco por donde colar la mosca. La trucha sube franca y al sentir el clavado se lanza a la madeja de ranúnculos desapareciendo tras la pared de tallos.


Ha quedado enjaulada por la madeja. No queda más remedio que dejar la caña y seguir el hilo con la mano bajo el agua manteniendo la tensión. El último tramo lo recorro al tiento, buscando con los dedos la piel del pez y rezando porque no haya dado el cambiazo... dejando la mosca trabada sobre los ranúnculos.

La madeja se estremece y toco escama. Ensalabro la trucha con un sudario de ocas.
Es preciosa.



sábado, 9 de junio de 2012

BALDOSAS AMARILLAS

Ha llegado el tiempo amarillo. Apresuradamente cargo el maletero y abandono todo por un día. De camino, el aire condicionado me obliga a bajar las ventanillas y el olor de las retamas de la mediana inunda el aire. Sus tallos en flor marcan un camino de baldosas amarillas que me llevará al mágico mundo de Oz.


El corazón de Castilla parece un paisaje de highlands y campiña donde una pareja de aguiluchos parcela el cereal con tiralíneas y espera un descuido que descubra el desayuno. No puedo dejar de girar la cabeza para mirarlo todo. El verde se mancha de rojos, amarillos y tímidos violetas.

Las amapolas reivindican la acampada libre. Allí donde no llegan los herbicidas de la agricultura intensiva, plantan su bandera roja. Su espíritu bohemio las hace crecer sobre terrenos removidos y olvidados sucediendo generaciones con enorme rapidez.
Durante el siglo veinte, los campos de batalla europeos se cubrían de amapolas tras los bombardeos. Sus pétalos rojos crecían rápido sobre la tierra removida por las bombas y para sorpresa de los vivos, aquellos cráteres parecían teñirse de sangre por segunda vez.



Aparco bajo una chopa y salgo de puntillas como quien se cuela en una ópera que ha iniciado el segundo acto. Un mar de trigo se extiende en todas direcciones hasta el límite del horizonte. Los juncos esconden el cauce, pero la fe no duda que bajo ellos duerme el espíritu amarillo del agua.



Guiado por la torre de la iglesia, arranco de nuevo y despacito surco los trigales. De entre las olas salta una pareja de perdices. Regordetas y aceleradas mueven sus patitas rojas delante del coche. Las sigo hasta que se zambullen en el agua verde.



Estos ríos secretos manan de acuíferos profundos y discurren por mesetas cuyo interior es un gran queso calizo agujereado y soluble. Esta matriz caliza retiene el agua a modo de esponja porosa y la va soltando de manera constante durante todo el verano.
Los chalk stream españoles son abundantes, pero sus orillas no mantienen praderas impecablemente segadas, ni coquetas casetas de madera donde parar a tomar el té. Son adustos, descuidados y tan escondidos que son desdeñados por los mosqueros.

El  mago de Oz sólo los muestra a aquellos pescadores capaces de abandonar su vanidad reptando por un gatero, arrastrándose humillados y cubiertos de arañazos, para entrar en el jardín privado de las hadas amarillas.

La primavera lluviosa ha terminado. El nivel del río vuelve al punto que marca el invierno anterior. Un invierno seco como este deja poca reservas en el acuífero y la marca del agua se coloca casi dos palmos por debajo de la orilla habitual.


Allí donde la corriente golpea el terruño, el río escaba solapas bajo el talud. Su oscura trinchera esconde las truchas que aguardan silenciosas el mediodía. Acaricio con los ojos el paisaje, veo verdes en mil tonos y texturas salpicados de rojo amapola. Pero hay una calma inquieta, algo va a suceder, puedo sentirlo.



Un chorro de luz rompe las ramas y levanta  brillos del agua. Alguien vuela, son ellas, las primeras dánicas del año, grandes y amarillas como ciruelas maduras. Las detengo con la mano y descansan sobre mis dedos. Aun son subimagos y han de prepararse para la muda final.


Acerco una dánica a mis moscas, ese amarillo es único, parece que no he traído ninguno parecido, así que tendré que arreglármelas con lo que llevo en la caja.
Decenas de larvas flotan en superficie y rasgan su cutícula. La corriente sólo les da unos segundos para eclosionar antes de engullirlas. Muchas consiguen elevarse y con torpeza chocan contra las ramas, las telarañas, mi chaleco o la caña. Merece la pena tomar asiento, es todo un espectáculo.




He visto una dánica al borde de unos juncos desaparecer de un bocado. Como buen peregrino bajo la cabeza y me arrodillo mientras extiendo la línea sobre la orilla. Lanzo mis moscas en un tango cerrado que gira sobre mis rodillas. Mi mosca baja nerviosa como una doncella camino del altar. Cuando el agua se rompe levanto el brazo en señal de victoria, ¡ya eres mía!



Miro a mi compañero. "Bien, pequeño saltamontes" me dice "vas aprendiendo". La sonrisa de Joaquín es cómplice, porque una trucha compartida sabe a doblete.




Al final de la tarde los imagos zascandilean sobre las corrientes para la puesta. Algunas truchas los aguardan y se lanzan sobre los descuidados. Cambio el foam por el cdc y zascandileo sobre el agua, el engaño funciona.

Salimos de Oz trepando por el talud. Nos despiden unos caballitos apostados sobre los juncos. Se colocan como una pareja de la guardia civil y mi acervo hispano me impulsa a mostrarles la licencia en un acto reflejo.


Desde el coche veo pasar carteles con el nombre de pequeños ríos camino de casa. Ninguno muestra su cauce, sólo una línea de juncos tendida en la meseta como una gran serpiente. Cada uno de ellos guarda secretas hadas volando sobre las aguas, están aquí al lado, para llegar a ellos sólo es necesario tomar el camino de baldosas amarillas.