jueves, 15 de marzo de 2012

DIENTES FARÍNGEOS

Un gran barbo ha quedado olvidado en la orilla. Sólo queda la cabeza y parte del espinazo. La nutria consumió la sesera y abandonó los huesos boca abajo. Los afanosos ratones han surgido de la hierba para terminar el trabajo, pelando la carne y dando lustre a los huesos.


Cualquiera que haya desanzuelado un barbo conoce esa boca gruesa y carnosa, como de glamurosa actriz de Hollywood poniendo morritos. Con esa suave boca succionan y paladean el fango con delicadeza. Pero en los embalses invadidos de alburnos los barbos acosan los bancos contra la orilla succcionando alevines. No pueden prender a su presa con los dientes por lo que usan su boca a modo de torpe aspirador. Algunos colegas de pesca saben de este instinto cazador y se han pasado al curricán con peces artificiales clavando grandes barbos kileros.


Engullir un alburno de talla no es fácil y tiene su secreto. Además de largos tubos digestivos capaces de disolver casi cualquier cosa, el secreto de los ciprínidos está en sus dientes. No aparecen en la boca, sino en el fondo de la cavidad bucal sobre el hueso faríngeo. Estos dientes trabajan en la predigestión del alimento, triturándolo contra una callosidad cartilaginosa situada en la base del cráneo.


Mirando la  cabeza de la orilla me fijo en la boca. Arranca como un pequeño embudo que se engrosa hacia atrás y termina en un cono ancho. Y allí veo los dientes faríngeos, no por separado como en los libros, sino enfrentados y dispuestos sobre cada hueso faríngeo preparados para la molienda.


El amable barbo aparece ahora como un pez temible de grandes dientes capaces de triturar presas a su paso por el canal faríngeo. La nutria y los ratones han desvelado su secreto.
Como algunas glamurosas actrices de Hollywood, los incautos aspirados hasta sus labios acabarán triturados y digeridos al traspasar el umbral de su boca.

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