martes, 27 de marzo de 2012

GRABADO EN PIEDRA

Apoyado en la barandilla del puente veo un corro de truchas maragatas comiendo. Están apretadas en un pocito, porque no corre el agua. Aunque estamos en marzo el río baja como en agosto, ¿cuando llegue agosto que mes parecerá?



Un coche aparca junto al mío. Un paisano con pinta de capitalino hijo del pueblo se me acerca. "Qué, ¿se ven truchas?"
Suelto una respuesta de trámite y él arranca su monólogo.

Uno tras otro desfilan todos los tópicos ribereños: Las alimañas se lo comen todo, la caña no hace daño, se llevan las truchas a Valladolid (yo lo he visto), la contaminación, esos ecolojetas, la administración está contra nosotros...

Le escucho en silencio mirando al suelo con pereza infinita. Sus ojos me interrogan buscando complicidad.
"Y ahora los cormoranes...¡indignante! ¡donde se ha visto que una especie marina venga a comerse nuestras truchas!"
Tras un silencio levanto la vista y con voz lenta le miro: "Creo que deberíamos sentarnos con ellos, a razonar, tal vez negociando podamos convencerlos de que se vuelvan al mar".

Con el gesto torcido resopla y se sube al coche. Ya tiene lo que quería, enfadarse con el mundo para pedir el chato en el bar entre aspavientos.

Cada temporada la misma historia. Sea lluvioso o seco, caluroso o frío, cada año me cuentan lo mismo a pie de rio. Parece que lo tuvieran grabado en piedra, en la piedra de su cabeza.
Debería pasarme a su lado, el lado fácil. Ese donde la culpa de todo la tienen los demás, donde la responsabilidad no existe porque es el mundo el que está contra mí y quiere llevarse MIS truchas.

Recorro los ríos de la Maragatería, la Cabrera y  La Cepeda. La sequía los tiene famélicos, mucho más que los que bajan de la cantábrica. La situación es crítica.
A pesar de todo, la primavera se instala. Un grupo de prímulas florece con la misma belleza que  la primavera más lluviosa y las bestias esperan la pela de marzo aburridas tras la tapia.




Me subo a Filiel buscando el lugar donde empezó todo y a media ladera me siento tras una gran losa de piedra. Hace siete mil años alguien grabó cazoletas y laberintos sobre ella mientras miraba su venerado monte Teleno.

Impresionado con los petroglifos levanto la vista y busco cormoranes en el cielo. Tal vez razonando con ellos les convenza de que se vuelvan al mar. Será más fácil que convencer al paisano del puente de que este año deje la cesta en casa y no se lleve las truchas, que las necesitamos para que repongan la nefasta freza de este invierno seco.


Por alguna extraña razón los humanos que grabaron esos petroglifos en la edad del cobre, se han convertido en los humanos que hoy somos. Las truchas sin embargo no han cambiado tanto, siguen viviendo de la misma manera. Tal vez el peligro de extinción nos ronde a nosotros y no a las truchas.

jueves, 15 de marzo de 2012

DIENTES FARÍNGEOS

Un gran barbo ha quedado olvidado en la orilla. Sólo queda la cabeza y parte del espinazo. La nutria consumió la sesera y abandonó los huesos boca abajo. Los afanosos ratones han surgido de la hierba para terminar el trabajo, pelando la carne y dando lustre a los huesos.


Cualquiera que haya desanzuelado un barbo conoce esa boca gruesa y carnosa, como de glamurosa actriz de Hollywood poniendo morritos. Con esa suave boca succionan y paladean el fango con delicadeza. Pero en los embalses invadidos de alburnos los barbos acosan los bancos contra la orilla succcionando alevines. No pueden prender a su presa con los dientes por lo que usan su boca a modo de torpe aspirador. Algunos colegas de pesca saben de este instinto cazador y se han pasado al curricán con peces artificiales clavando grandes barbos kileros.


Engullir un alburno de talla no es fácil y tiene su secreto. Además de largos tubos digestivos capaces de disolver casi cualquier cosa, el secreto de los ciprínidos está en sus dientes. No aparecen en la boca, sino en el fondo de la cavidad bucal sobre el hueso faríngeo. Estos dientes trabajan en la predigestión del alimento, triturándolo contra una callosidad cartilaginosa situada en la base del cráneo.


Mirando la  cabeza de la orilla me fijo en la boca. Arranca como un pequeño embudo que se engrosa hacia atrás y termina en un cono ancho. Y allí veo los dientes faríngeos, no por separado como en los libros, sino enfrentados y dispuestos sobre cada hueso faríngeo preparados para la molienda.


El amable barbo aparece ahora como un pez temible de grandes dientes capaces de triturar presas a su paso por el canal faríngeo. La nutria y los ratones han desvelado su secreto.
Como algunas glamurosas actrices de Hollywood, los incautos aspirados hasta sus labios acabarán triturados y digeridos al traspasar el umbral de su boca.

lunes, 12 de marzo de 2012

ESPANTANDO EL BOLO

El primer barbo de marzo marca el arranque de temporada.
Atar la seca hace oficial el final del invierno y nos saca del letargo con un nuevo horizonte de aguas y peces.


Buscando nuevos rincones para esta temporada hemos cambiado de playas explorando nuevas colas del embalse. El bajo nivel de agua ha dejado la orilla ancha y desnuda con grandes bolos de granito varados en la playa. Después de un invierno buscando peces en el dvd, cuesta enfocar con las polarizadas, además el viento nos ha azotado todo el día rizando el agua y transformando las sombras en peces.


Los barbos estaban poco activos y nos han obligado a buscarlos peregrinando en largas caminatas. De vez en cuando alguna playa de fondo limoso y agua en calma recibía barbos solitarios o en pareja que huían a la caida de la mosca. Pero no hemos dejado de buscar, caminando y mirando cada esquina y lanzando sobre cualquier piedra-barbo sospechosa.


Una subida a cámara lenta sobre la mosca y al fin hemos espantado el bolo. Con la temporada avanzada lo recordaremos como un aperitivo, pero hoy un solo barbo sabe a éxito.




Los tres hemos espantado el bolo invernal y felices por nuestras capturas nos retiramos a celebrar el triunfo. Ya estamos en temporada, volveremos a pisar los escenarios que soñamos durante el invierno, con la ilusión de presentar las nuevas moscas nacidas bajo el flexo.

jueves, 8 de marzo de 2012

SALTONA PAJA

 El último montaje de esta serie de riñonada lleva nombre castizo: "Saltona".
Asi llaman los pescadores leoneses a los tricópteros y pequeños plecópteros que "saltan" sobre el agua apremiados por la puesta.
Chloroperla torrentium e Isoperla grammatica son dos pequeños plecópteros de tono dorado que aparecen con los calores. Gustan de aguas frías de montaña y eclosionan en pequeños grupos llevando su vistoso amarillo a saltitos sobre las aguas. Las truchas siguen su danza y salen de las sombras para atraparlos.


El montaje de esta saltona es idéntico al de la mosca pitillo y la patosa, sin más complicación que encontrar la pluma adecuada: un indio amarillo miel o color paja dorada.


El abanico de ocres y amarillos es común en los pardos pero poco frecuente en los indios, donde suele ser más frecuente en colgadera que en riñonada.


Si encontramos pluma con fibras rectas y largas será igual de válida colgadera o riñonada, con la ventaja de pagar menos por la colgadera. Algunos indios tienen penca negruzca o rojiza, si no entra demasiado en las fibras comiendo el tono dorado podemos utilizarlo.


Manos a la obra iniciamos el montaje componiendo el primer elemento, el cuerpo de avestruz amarillo. Prefiero las fibras sin desbarbar porque una vez en el agua toman un aspecto más globoso y son más aparentes a la caída de las chorreras donde esperan las truchas. Sólo en ocasiones desbarbo las fibras y monto el cuerpo con el quill amarillo. Lo hago cuando busco cebadas en aguas lentas donde han de pasar el minucioso exámen de las pintonas.


Siguiendo los pasos de la pitillo recortamos el avestruz del dorso de la tija y preparamos la cama donde descansará el tejadillo con cuidado de que nos se abra como un abanico.


El cuello de color miel tampoco es frecuente. Es un tono agradecido para emergentes y efémeras de verano pero a veces cuesta encontrarlo en los comercios. Unas vueltas con fibras no demasiado largas y tenemos nuestra peluda amarilla dispuesta a la acción.




La saltona paja es una mosca vistosa, fácil de seguir por el agua y todoterreno puesto que una vez picadas al amarillo saltón, las truchas subirán a nuestras imitaciones desde cualquier postura. Con los ríos menguados por el estiaje sorprende los escondites donde se lenvantan truchas al ver el amarillo del indio por su ventana.



Ya tenemos en la caja pitillos para iniciar temporada, saltonas paja para el verano y patosas para hacer garita en el otoño. Sólo queda mirar al cielo con la esperanza de que este año el agua sea generosa con nuestros ríos, torturados por un invierno seco y ausente que los ha dejado dormidos.

domingo, 4 de marzo de 2012

PATOSA

Media tarde, agua serena cercada por chopos que amarillean. Llevamos casi una hora de eclosión pero hay poco movimiento. El río es un campo de vuelo donde no para de aterrizar mosca. Las truchas remolonean en superficie dejando pasar casi todo. La tabla es lenta y enorme y yo estoy justo en el medio.
Con paciencia dejo pasar los minutos. Espero y espero pero sólo cuento tres truchas lejanas repitiendo postura. No quieren saber nada de mis carnes. Abro la caja. Resoplo y cambio.


Patosina en un veinte bien placada. Presentación en largo y bajada lenta por la tabla.
Como un francotirador bien colocado, lanzo desde mi garita. Atino la primera, cachete y caña al cielo. La segunda me pide repetir y la complazco, ya es mía. La tercera se ha mosqueado, retiro la mosca y doy un poco de tiempo. Cuando come de nuevo, reparo el bajo y lanzo. En la sacadera aun se pregunta que ha pasado.


Ésta es la Patosa, un modelo viejo, durmiente en la caja casi toda la temporada pero capaz de sacarte de un apuro en pocos minutos.Una mosca a tener en cuenta.
El otoño pasado fue la estrella de muchas jornadas cuando en otoño los ríos regulados se pusieron difíciles. Aunque no sabría decir por qué, en medio de una eclosión de ignitas la preferían a ella.
Cuando una mosca tan modesta tiene esta virtud, merece asiento preferente en nuestra caja.


Bien mirada comparte características de dípteros y tricópteros porque es pequeña y oscura como un díptero, pero deriva como un tricóptero con su tejadillo plateado.
La patosa se monta sobre un anzuelo del veinte o menor y en ocasiones sobre un dieciocho. Trabajando en estos tamaños hay dos elementos determinantes del montaje: apertura del anzuelo e hilo de montaje.
Los anzuelos en talla pequeña pueden dar  problemas de clavado si tienen una curvatura escasa. Después de buscar, lanzar, presentar y hacer subir una trucha a nuestra mosca, nada resulta más frustrante que perderla por un mal clavado. El remedio es buscar modelos de curva sobredimensionada que garantizen el arponeo.
Respecto al hilo, en anzuelos tan pequeños hay que hilar muy fino para no dar más vueltas de la cuenta con el habitual 8/0 y no convertir nuestra delicada emergente en una escultura de Botero. Por otra parte si racaneamos nudos y vueltas con este hilo, nuestra mosca quedará deshecha en el primer rifirrafe con una trucha o las ramas de la orilla.
Existen en el mercado multitud de hilos de la talla 10/0 hacia abajo. Algunos modelos son muy resistentes y permiten montar con desahogo y seguridad. Para esta patosa voy a usar un 17/0 cómodo y resistente con el único inconveniente de no tener color.


Cama sobre la tija y comenzamos el montaje. Como en la Pitillo nos ceñiremos al modelo "original" para que cada uno proponga sus variantes.
El cuerpo de la patosa es de condor negro. Su aspecto y textura le dan el aspecto "dipteroide" necesario. Una pluma grande de cigüeña nos da ese tono con unos rebordes blanquecinos interesantes.




Como siempre, el final del cuerpo requiere un asiento de hilo de montaje donde presentar el tejadillo. Indio acerado claro en el igualador nos darán las fibras necesarias. El tejadillo ha de ser no muy grueso, apretado y corto sin sobrepasar demasiado la curva del anzuelo.

El cuello de la patosa es particular. Se monta con unas vueltas de gris y unas vueltas de rubión, pocas y no muy largas. Un cuello corto y escaso para poder placar en el agua parada y navegar, no levitar.

El rotulador negro enmendará la falta de color del hilo de montaje.


Este modelo original es muy pescador y le soy bastante fiel aportando pocas innovaciones. Algunas temporadas he montado el cuerpo con cola de urraca, gracias a ese inconfesable vicio de pelar y desplumar cualquier pobre animal atropellado por muy aplastado que esté (no hay mejor careta de liebre que las de carretera). La cola de urraca tiene brillos increibles aunque sus fibras son débiles y sólo admiten anzuelos pequeños.



Cuanto más pequeño es el anzuelo mejor le sientan los colores chillones. La patosa amarilla no es realmente una variante sino una mosca totalmente distinta . Sólo comparte con la original el tamaño diminuto y el estilo de montaje. Es vistosa y  atrevida en sus colores y un tesoro para las truchas de verano.
Pero esta patosa es ya otra historia, de momento dejaremos la luz y los colores para cuando llegue el verano.