lunes, 10 de diciembre de 2012

RIO PEQUEÑO, TRUCHA GRANDE

"Martin y yo fuimos a ver si encontrábamos algún pequeño rio truchero en el vecindario. Encontramos un río prometedor y preguntamos al propietario del terreno si podíamos echar un tiento. -Si- nos dijo, -pero no creo que pesquéis nada. No he visto ningún pez y nadie viene aqui a pescar-. Bueno, mira lo que encontramos..."
 
 
 
No hay mayor satisfacción que encontrar un tesoro olvidado, allí donde todos dan por hecho que no hay nada... sin haberlo intentado.
Quizá  cerca de casa tenemos tesoros, ¿los encontraremos?

sábado, 8 de diciembre de 2012

EN BABIA


 
 
 
 
 
Me gusta estar en Babia, no sólo por mi fama de despistado, sino por trepar esos montes que los reyes de otro tiempo contemplaban para huir del bullicio de la Corte.
 
Antes que río, el agua es nieve que duerme en las cumbres, así que hemos subido buscando los ríos de la siguiente primavera.
Siguen dormidos en las laderas, apenas un regato murmura valle abajo y el macizo de las Ubiñas se crece con las nieves dominando el paisaje. Así debió ser cuando los glaciares oprimían Europa. Un puñado de ríos sureños escondían las truchas aguardando el momento de regresar al norte.
 
 
Calzamos zapatones de raqueta para poder caminar y jugamos con espadas de luz. El tiempo está congelado, nos hemos quedado atrapados en la infancia, la verdadera patria, la que nos deja en Babia lejos del bullicio de la Corte.
 
 
 


jueves, 29 de noviembre de 2012

PESCADORA

Antes de inventar nuestra primera caña, ellas ya pescaban así, por eso los aprendices bajamos la gorra a las manos y las miramos extasiados.


No hay nada como la pesca a pez visto.
Gracias a Rafael Pellejero por el enlace.

miércoles, 31 de octubre de 2012

SOBRE VIENTO Y MAREA

Hemos tenido que rascar el parabrisas para ponernos en marcha. Con las truchas descansando queremos ver si los bigotudos andan de otoñada preparando el invierno.
 
Ahuecamos las cajas para hacer sitio a bichos gordos de foam y bajamos al barbo con mucha carretera por delante. Nos acercamos a la orilla con paso rígido, como astronautas dando saltitos en la luna. La soledad de este lugar es fantasmal.
 
 
El día es frío, apenas seis grados cuando empezamos, pero la sensación de las manos en el agua es templada. La inercia del pantano mantiene su temperatura y los barbos parecen activos al abrigo de las playas. Un viento fresco nos castiga atravesando el chaleco hasta la piel y nos cubrimos la cara como bandoleros de otra época. El oleaje suena como las tripas de una fábrica golpeando las rocas y levantando espumas a punto de nieve.
 
Caminamos por la orilla y en el bailoteo del agua aparecen ellos. Se deslizan como sombras sin perder detalle de todo lo que revuelcan las olas.
 
Primer barbo itinerante y primer tiento con un jugoso grillo de foam. Giro de cabeza y el grillo desaparece de un trago... tác!... a correr!
 
 
Están fuertes, muy fuertes, por eso disfruto tanto usando una línea cinco. Mientras se aleja, la bobina se vuelve naranja con el backing deslizándose por las anillas... menuda arrancada.
 
Rígidos y orgullosos posan para nosotros sin un gesto de flaqueza, después vuelven al agua potentes como torpedos con el motor en marcha.
 
 
 
Algunas rocas emergen hasta casi tocar la superficie del agua. Los barbos se colocan sobre ellas y se dejan menear por el oleaje. Las más batidas concentran grupos numerosos. Parecen descuidados de todo hasta que cae un animalito de foam. Lo atacan con fiereza surfeando entre las olas. Viendo como giran la cabeza parece que acertamos con las chernos XL como dijo Alfonso.
 

 
 
Completamos los recechos de la mañana con una percha larga de bigotudos que no dudan en repetir si fallan el primer ataque. La tarde cambia la luz y ya no esconde nuestra sombra, hay que andar cuidadoso mientras jugamos a ¿piedra o barbo? por la playa.
 

 
Entre col y col, lechuga. Entre barbo y barbo... alguna carpa descuidada que se vuelve golosa de nuestras moscas.
 
 
En días así, me gustaría ser ambidiestro para poder pescar a dos manos. Joaquín me sigue la broma y pruebo a sentirme Charlton Heston dominando a dos manos una cuádriga de barbos.
 
 
Somos muy afortunados, no se puede pedir más a un día de pesca.
Si hubiéramos venido en avión y aqui se hablara otra lengua, lo sentiríamos como el viaje de nuestra vida. Porque pescar en una mañana una docena de peces capaces de sacar toda la línea en la primera arrancada y hacerlo a pez visto y a seca, parece el guión soñado para un documental.
Pero son barbos, castizos y cotidianos barbos.
¿En qué rincón extranjero han de vivir estos peces para que les demos el valor que tienen?






lunes, 15 de octubre de 2012

LA SIESTA

Tras las últimas moscas, una última echada. Con un cielo plomizo y frío la última trucha vuelve al agua para cerrar temporada.
 
 
Bajamos la calle de las truchas y nos despedimos en la orilla. Mientras dure el frío buscaremos otras calles donde pescar.
Ellas se quedan en el barrio mirando al cielo, esperando el agua, siempre contracorriente.
Nos citamos de nuevo aquí cuando pase el invierno, pero ahora nos mece la siesta mientras soñamos lances.
 
 
 
 
 

 

jueves, 11 de octubre de 2012

TRUCHAS DE OTOÑO

El otoño es una primavera al revés que nos saca del verano y nos devuelve al invierno, que rinde el verde y deja el amarillo al descubierto. Siempre ha estado ahí, pero ese amarillo de los carotenos sólo puede verse cuando la clorofila desaparece.


Si la primavera es tiempo de promesas, el otoño es tiempo de cosecha y de recuento en los ríos regulados. Las truchas siempre han estado ahí, pero ahora es cuando dan la cara y podemos hacer inventario.
 
 
Estos ríos pantaneros han perdido su ritmo natural y ahora funcionan al revés. Aguantan el invierno amordazados por los pantanos que les roban el agua y en verano se desbocan bajando fríos y altos reconvertidos en canales de riego.
Las truchas llevan aqui una vida extraña, casi centroeuropea. Comen mucho bajo el agua y viven profundas, ignorando las eclosiones de superficie.
 
 
Llega el otoño y los pantanos cierran campaña de riego. La temperatura aún es alta y las truchas se encuentran con aguas templadas y serenas, buen tiempo y eclosiones, lo más parecido a un río natural.
El otoño empieza como acaba el verano, soleado y aburrido. Pero un día, sin hacer caso al calendario, cambia todo. Ese día entra el frío, el color vira del verde al amarillo y viran también las truchas. La apatía del verano se vuelve voracidad y pastan tropezones en la sopa que baja en superficie. Comen mucho, pero sólo delicatesen, el verano las ha engordado y han de completar peso con los bocados más nutritivos.
 
 
 
Tres son los colores, negro, pardo y amarillo. Tres los insectos, dípteros, tricópteros y efémeras. Salen de la caja patosas, hormigas, culirrojas, tricos de pecho de pato... y las ignitas, imprescindibles en tamaños diminutos y montajes impecables en cdc. Cada una en su hora y a su manera.
En la recta final rebuscaremos en la caja las rhodanis con las que empezamos temporada. Cerramos así el ciclo, la marcha atrás que lleva de nuevo al invierno frío y dormilón.
 
Presentaciones exigentes, pasos lentos en el río para clavar peces dorados sobre posturas doradas. Orillas con cuatro dedos de agua donde grandes truchas invisibles levantan la cara y toman moscas invisibles que bajan con la deriva.
 
 
 
El sol pide media jornada y sólo calienta un rato. Las noches se enfrían y se alargan, el reloj de los peces suena, el invierno se acerca y hay que ganar más grasa para el frío y la freza.
 
Porma, Esla, Órbigo, Luna, Carrión, Pisuerga... el escenario es artificial pero delicioso para un pescador a mosca. Enormes tablas y suaves raseras de fondos dorados, donde las melenas de macrófitos marcan las calles y los anillos de ceba el próximo objetivo.
 
El otoño viene a salvar la  temporada. Ha sido un año difícil por la sequía y con la bajada de caudales en los ríos regulados, muerde el hambre de enhebrar truchas.
 
 
Septiembre seca las fuentes o se lleva los puentes. Este año se han secado las fuentes, los permisos sobrantes y la soledad de los ríos. La avalancha de pescadores en los rios leoneses ha sido mayor que ningún año, atraídos por la moda y los buenos serenos de otoño que ha dejado este calor. Algunos tramos libres sin muerte han tenido un tráfico de pescadores nunca visto.
 
Me ha sorprendido la legión de pescadores de ahogada haciendo garita desde media tarde. Armados con silla de camping y bocadillo, sorprende la súbita conversión de algunos autóctonos "esnucadores", que han caído del caballo deslumbrados por la luz cegadora de la pesca sin muerte. Tal vez los recortes en el gasoil de la guardería y el seprona hayan animado a la conversión (por aquello de cumplir con la suegra o alguna cuñada).
 
 
Pero estas truchas saben mucho. Se han licenciado en verano y aunque despliegan posturas por todo el cauce, miran y remiran lo que comen. Hay que sacarse posadas mágicas de la manga y tentar con moscas bien peinadas.
 
 
 Y así, entre palmera y palmera una tarde sube la madre, dejando ese dulce sabor de boca que se paladea todo el invierno y nos ilusiona con la siguiente primavera.
 
 


domingo, 30 de septiembre de 2012

Gianluca

En los ojos de Gianluca hay un brillo adolescente saboreando el paisaje por primera vez. Camina despacio por la orilla y le hago un gesto para que me siga. No tiene prisa, replica mi gesto para que avance yo, pero la cortesía me obliga a dejar que sea el invitado quien pise primero el agua.
 
Pesa el sol en lo alto y el Esla baja dormido y raquítico. Gianluca ha venido a pescar con la ilusión de un estudiante que viaja en fin de curso. Arruga sus pequeños ojillos y remata cada frase con una breve carcajada, se asombra y sonríe con un mi piace, bellisimo.
 
 
La humildad es privilegio de los sabios. Si preguntas por un país con ríos mosqueros, seguro que Gianluca ha estado allí, pero después de pescar por todo el mundo, Gianluca sigue entrando en un río nuevo con la misma emoción de su primer río.
 
Antes de posar el otro pie en el agua, abre la funda de cuero que lleva en el cinto, saca su bastón plegable y busca apoyo en los cantos. Gianluca es un joven pescador inquieto que ya ha pasado de los setenta años.
 
 
 
Pienso a veces si llegaré a los setenta. Si es verdad que las truchas se extinguirán en noventa años aún estaré a tiempo de seguir pescándolas cada vez más al norte.
 
De vuelta al coche, me encuentro a Gianluca junto a Mario caminando por la chopera con sus bastones. Como los bueyes viejos, estos italianos saben donde crece el mejor pasto y cuando es momento de retirarse a rumiar bajo una sombra. Han pescado en la tabla la hora caliente, en silencio, pero con los ojos bien abiertos y después se han sentado en el talud a comentar el día sin dejar de mirar el agua.
 
 
Cuando llegue a los setenta no quiero pescar en la barra del bar, anclado en mis batallitas y maldiciendo el presente. Prefiero meterme en el río y volverme niño como Gianluca, abriendo mucho mis ojillos arrugados. Para descubrir el agua y embobarme con las moscas que patinan corriente abajo. Con la misma emoción de mi primer día, de mi primer Esla.


lunes, 10 de septiembre de 2012

NIEBLAS y TÍMALOS

Para muchos pescadores españoles, el tímalo es ese raro pez con aspecto de boga que se comporta como una trucha. Pero desde Gran Bretaña a  los Urales los mosqueros de toda Europa sienten verdadera devoción por este pez.
 
 
Exigente con las condiciones ambientales, se considera un buen indicador de calidad del agua, por lo que un tramo con tímalos será un tramo de aguas frías, limpias y con abundantes insectos.
 
 
Cuando se prueba, uno entiende la fiebre del tímalo. Insectívoro, muy peleón y algo caprichoso, tres elementos suficientes para desatar pasiones entre los mosqueros. Además le gusta tomar postura en grupo y donde hay uno siempre hay más, con lo que su pesca se vuelve adictiva.
 
 
 
Muchas imitaciones y técnicas de pesca a ninfa de centroeuropa, se han desarrollado pensando en bancos de tímalos pegados al fondo de un río. Pasada tras pasada, alguno de ellos toma la mosca aunque vean a sus compañeros salir del agua dentro de una sacadera.
 
 
 
Una neblina pegajosa y fría cubría los ríos Croatas casi todo el día. Lanzando entre  las nubes, los timalos sólo respondían a moscas delicadas bien presentadas. Las arrancadas bajo el agua ponían a prueba los terminales y nuestra templanza, pues sólo se rendían al llegar a la extenuación.
Tras el combate llegaba el trofeo, esa gran dorsal desplegada que los machos lucen como un estandarte, un pendón al aire que los mozos procesionan en la fiesta mayor.
 
 
 
 

martes, 21 de agosto de 2012

VIAJANDO CON CAÑA

Los viajes de pesca suelen ser el escenario perfecto para conseguir bolos estrepitosos. Aunque no queramos reconocerlo, nuestro viaje soñado es un bombo donde se juega a la lotería. Acertar con el lugar, la técnica de pesca, la climatología y el momento del año es cuestión de suerte a pesar de lo mucho que llevemos leído y de lo mucho que paguemos por acercarnos al paraíso.


Hace años que ya no hablo de viajes de pesca sino de viajes con caña. El matiz es importante, porque en un viaje con caña se visita un lugar, se conoce a sus gentes, sus paisajes, su fauna, su comida, su clima y además se acude a los ríos acompañado de caña para conocer a lo peces.
Mi currículum viajero es muy modesto, ya que apenas he viajado, pero en todos los viajes he traido la maleta tan cargada de sensaciones, que reconozco que no me importaría repetir casi todos esos viajes sin caña en el equipaje.



Además de sensato y prudente, mi amigo Didac es un tipo con un gusto excelente. Así que si él lo recomendaba, Croacia debía ser un número de lotería ganador, acompañado de una buena pedrea.
Nuestra estancia fue de apenas una semana, pero además de una pesca magnífica, descubrimos un país de gentes acogedoras y sonrisa permanente, que disfruta de la pesca como un aliciente más de la vida, esa que incluye paisajes limpios, ríos generosos y buenos amigos con los que compartir charla y almuerzo.


Con la  música de Bruce Springsteen sonando en el coche a todas horas, Turtko y Darko, nuestros guías croatas, nos mostraron los mejores rincones de pesca y compartieron su visión de la pesca, de los ríos y de la vida entre risas y peces.


 
Si os gusta la música del Boss tanto como a mí, estaréis de acuerdo en que es perfecta para acompañar una jornada de pesca en Croacia o en cualquier otro rincón del  mundo.



miércoles, 8 de agosto de 2012

LA BUENA VIDA

Un Peugeot tipo ranchera no es el mejor coche para serpentear ladera abajo, pero Turtko baja con la sonrisa puesta bromeando en cada curva.
Rebusco en la guantera y entre discos locales de nombre impronunciable aparece Bruce Springsteen, de recopilatorio y con su guitarra a la espalda.


"Oh, this, this" señala Turtko.
Con Brilliant disguise cantado a trío, atravesamos bosques interminables por una carretera estrecha. La vegetación es tan densa que parece que recorriéramos las entrañas de un animal inmenso y verde.
Estamos ansiosos por llegar al agua y mi mente repasa una y otra vez la lista de material con los nervios de no haber olvidado nada en España.


Nada más entrar en el pueblo giramos a la derecha y Turtko nos pide los pasaportes. Hemos de cruzar la frontera si queremos pescar la otra orilla del río. Esto de pescar un río entre dos países suena tan artificial como surrealista. Con un simple golpe de aleta los peces que vemos desde el puente  pueden moverse de Eslovenia a Croacia, pero el gran hucho del pozo lo sabe y hoy ha decidido almorzar tímalos croatas.


Eslovenia es un destino clásico, con una pesca excelente para los mosqueros. Una pequeña Nueva Zelanda de ríos azules y aguas cristalinas que atrae pescadores de todas partes.
Posar las moscas y tentar sus aguas supone aflojar la cartera si se quiere acceder a sus abundantes peces, variados y mestizos en un batiburrillo de especies europeas y americanas.

Sus hermanos pobres son los ríos croatas. Les falta el glamour y la fama de sus vecinos del norte, por eso nos gustaba tanto la idea de pescar en Croacia. Pescar aquí sería como pescar ríos eslovenos de "marca blanca", baratos, con poca demanda y poblados sólo con peces naturales a centenares.


Entre ambas orillas circula el Kupa, un río poderoso que encontramos dormido por el estiaje. Entrar en sus tablas es vadear en un spa de cristalinas aguas azules llenas de vida. Tímalos y truchas aparecen colocados en sus posturas como nudistas despreocupados de que todo el mundo les vea.


En un equipaje repleto de aparejos y moscas nunca debe faltar la herramienta más importante para pescar aguas extrañas: la humildad. Aparcar por unos días la soberbia de aldea y esas lecciones sobre truchas que saben latín y que sólo engaño yo, para practicar el saludable "donde fueres haz lo que vieres".
Así que escuchamos atentos y Turtko nos enseña donde están los peces. Luego desenfunda aparejos y maneras y nos muestra sus moscas, lo tímalos que clava en cada lance certifican que no miente.


El entorno apabulla por su frondosidad y el agua por su pureza. Pisar el río es como pisar nieve virgen, parece que nadie lo haya atravesado nunca.



Darko ha llegado con el almuerzo pero no se resiste a sumarse a la pesca. Tras un buen puñado de tímalos y truchas nos sentamos a comer. Sobre la plataforma de cemento de los pilares del puente hay fiambre, queso, chocolate y pan. Las cervezas en el agua y las cañas en la orilla.



Nadie rompe el silencio, porque con un simple gesto todos entendemos la vianda que se ofrece o la navaja que se pide, para rebanar este pan de corteza extraña que cede como la goma.

Con los pies colgando sobre el agua, Turtko apura su cerveza y un cigarrillo lentamente. En un giro de espalda toma la caña y descuelga la ninfa sobre el galgón que araña el pilar del puente. Golpe de muñeca y un gran tímalo arranca del fondo con ímpetu. Turtko sonríe, se echa el cigarrillo a la boca y pelea el pez sobre el chorro sin levantarse.


Tomo mi sacadera y consigo frenar el pez que se resiste a entrar. Cuando le muestro el trofeo, me mira satisfecho. Con el pez en la mano, apurando un cigarrillo junto a una cerveza fría, Turtko sonríe rodeado de amigos.


El  viento que agita los árboles eslovenos cruza la frontera y agita los árboles croatas, nadie puede detenerlo. Sobre el agua una gran aleta dorsal brilla atravesada por el sol. El tímalo vuelve a su chorro y nosotros al almuerzo.





Cruzando las manos tras apurar una calada Turtko mira el agua y murmura:
"Yes". "This is a good life. A good life"

Creo que nos llevaremos bien con estos tipos.
Realmente esta es una buena vida.